miércoles, 25 de julio de 2012

Buscando un rayo de luz


Sea otoño, invierno, primavera o verano, los días en Paraguay al 1200 transcurren sin alteraciones, como la mayoría de las cosas, que ocurren sin transcurrir. En la mañana, con los minutos calculados, esa bola de presencia e inconsciente que es una persona adormecida baja del colectivo y algunas cuadras retrasan su llegada. En la baranda acomodados en lugares estratégicos, grupos de amigos mezclan sueños con cigarrillos. Si el humo no lo detiene, el timbre suena. 
           A las siente y treinta y un minutos, una mirada dura y permanente busca a los rebeldes –para no decir renegados- que siguen en la vereda. Una vez que se cruzan las rejas y la puerta, no hay marcha atrás, dos millones de escalones miran de reojo incitando a escalarlos. El ascensor no salva a nadie, no hay otra opción. Lo terrible es llegar a la cima y tener esos tres últimos pasos asesinos. 
          En el salón, las ojeras dominan el lugar, y se hacen dueñas de las caras. Ruidos de zapatos y una lista de los desconocidos de siempre. Tu presente, tan vago como el resto. Dos horas cátedras esperando el momento justo. Alguna voz lejana intenta que los párpados no vuelvan a caer en la oscuridad. 
          Por fin, recreo. El grupo de la baranda se hace humo. Vani vuela en los dos metros cuadrados de su quiosco  y el nudo de gente no es fácil de desenredar. Los pasillos, el paisaje de siempre, amplifican una cadena de carcajadas que suben del baño. Algunos rezagados se quedan adentro de la jaula, con un mazo de cartas marcadas y un guiño. Diez minutos dura la libertad, tan veloces, que parecen nueve. 
          El sol pega en los edificios de 3 de febrero, pasa por las persianas torcidas y llega a los ojos aburridos. Los segundos parecen eternidades.
Un timbre, y la esperanza que renace. Falsa alarma, la Moreno abre sus puertas y los chicos salen en malones. En preceptoría, clavan la uña del índice derecho en la santa tecla, para indicar otro poco de independencia limitada. 
          Ultimas horas, el día pasó mas lento de lo que se esperaba. Cuando se empieza a despertar, un mar de números nubla la vista. Imposible no sumergirse, a pesar de no saber flotar. Nadar de espalda, caer por una catarata de colores en acuarela. Rebotar en un desierto marchito, con olor a derrota. 
         Una hora. Dos horas. Tres horas más. ¿Alguna diferencia? Interés por alguna rama del estudio, poco, pero lo debe haber guardado en una cajita de roble. Otra vez su mirada se fija en el ventanal, las nubes pasan, acuchillan a los edificios y vuelven a salir. Salen los de la escuela vecina y los de la oficina. Se vacía la manzana y sus ganas de volar se vuelven incontenibles. Pero los renglones llaman, tan vacíos que lastiman. Alguna vez hizo un trabajo, así que, nada se pierde con intentar repetirlo. Al terminar, inhala el aire a putrefacción y suena un timbre metálico, echando a la gente de la lección diaria. 
         El camino de salida parece mas corto que el de entrada, los escalones temerarios, se sosegaron e invitan a deslizarse. Otra vez los grupitos humeantes, pero el sol pega en tu cara y ya nada hay que envidiarle a los edificios.
24/11/2010

1 comentario:

  1. Que bien describes tu día de clase, sobre todo el sentimiento que se vive cada día.
    Como siempre muy bueno.
    Un abrazo pequeña amiga.

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