La lluvia cae
lentamente y la impaciencia recorre los pasillos. Lentos gotones esperan a ser
atraídos al piso y estallar contra él. Tan paulatinas son las lágrimas del
cielo que en dentro de su cabeza la tormenta esta por rebalsarse.
Criminal. Criminal.
Criminal mambo. Y el torrente de agua es un mar de escalofríos dentro de su
sistema nervioso. Cada neurona se contrae. Rompe la naturaleza y enferma al
individuo. ¿Por qué caía tan lenta esa maldita gota? ¿A caso negaba la
existencia de la gravedad en su mundo? Tal vez en lugar de oxígeno, las gotitas,
contenían helio que le impedía aferrarse a la tierra…
Mientras mas se
desataba el huracán de sus pensamientos, más lentas eran las explosiones de la
lluvia. Intentó desprenderse. Deshuracanarse. Votó por respirar la tierra húmeda
que mañana tantearían sus pies y desnudarse frente a sus sábanas. Largo había
sido su día. No quería despertar sus pensamientos y volver a ahogarse en su
cabeza. Solo poder volar en el inconsciente ajeno. Todas las noches la misma pelea
interna y con esa lluvia esquizofrénica, la lucha aumentaba.
Vueltas. Vueltas.
Giros y vueltas. Y baja su temperatura corporal. A 20º grados bajo cero, los
dientes le rechinaban y en sus ojos una sombra penetró.
Sabía de memoria lo
que pasaría. La humedad penetraría en sus huesos y con ella, la oscuridad que
nunca nació del exterior. La metamorfosis era imposible. Nauseas incontenible.
El vomito a flor de piel y el menjunje carnal desparramado sobre las colchas.
El huracán por fin sale al exterior y ahoga a aquellas raquíticas gotas.
Vuelve en si, reconociendo la brisa infernal
que vendría. Pura satisfacción culpable. Emocionarse con el cambio nada tenia
que ver con desmembrarse solemnemente.
De pronto su frente hierve y la ira contenida
dentro de sus ojos, explota. Empieza la guerra de dos mundos, uno solo quiere
vivir, el otro quiere destruir. Destruir aunque implique autodestruirse. Mundos
en una sola persona. Dos pesadillas en un mismo sueño. Penetrante. Insultante.
Intimidante. Agobiante.