Se levanta antes que el sol,
desayuna el café quemado. Intenta despertarse en el colectivo al laburo, camina
las cuadras que se pasa. Siempre con la excusa recitada ayer.
Empiezan a pasar las ochos horas
de trabajo delante de sus ojeras, mientras tanto dibuja círculos y círculos
sobre los contratos. Cuando ya le duele el brazo de haber apoyado la cabeza, se
levanta por un café negro.
“Se rompió la cafetera” una vez a
la semana le gritan de la otra punta, “¿qué me importa?” Piensa.
Sale del claustro y arrastra a su
ánimo hasta la parada de colectivo, donde el olor a café lo ahoga, una siesta
en el bondi y vuelta a caminar. Llega al hogar y sintoniza la radio ya
sintonizada. Poco a poco se va apagando. Nunca le compra pilas.
Luego de la cena empieza a apagar
su audífono, ese interno que todos tenemos, no sin antes escuchar el capítulo
que sigue. Hoy toca el dos, intenta golpear las paredes pero nada resulta. La pareja
de al lado cantaba: “Hijo de puta, siempre con lo mismo, yo matándome con estos
pibes de mierda y vos ni traes algo para morfar ““¿Qué querés que compre? si no
te gusta nada a vos…”
Por suerte él tiene que descansar
para volver al laburo al otro día y saber que no oiría cuando todo terminase.
18/04/2012
Que buen relato Lucia, como siempre.
ResponderEliminarUn abrazo.